Claqueta Quemada un blog de cine para comunicadores audiovisuales Claqueta Quemada: junio 2014

sábado, 14 de junio de 2014

la salud mental en el cine

En las películas, el tema de las enfermedades psiquiátricas (tan variadas y arbitarias) como la locura, la depresión, la esquizofrenia, son tratados de un modo, diríamos glamoroso. Las personas llegan a la consulta de un psicólogo o psiquiatra. No saben lo que padecen, sólo están conscientes de que algo no anda bien. Tienen comportamientos extraños, no pueden dormir. Sufren de un modo conmovedor.
En el cine, los encargados de la salud mental, sean psiquiatras, psicólogos y enfermeras son personas capaces de sanar, de llegar al alma, dar confort, consuelo. Un buen siquiatra es capaz de tomar un problema, interpretar el discurso libre de su paciente y luego de algunas sesiones, señalar cuál es la salida, la solución; le dice al paciente que debe elegir, jugarse la vida. El paciente siempre elige salvarse, no sin sufrir un cambio radical. Alguien como Susana Kaysen, el personaje principal de Inocencia Interrumpida, es confrontada por la doctora Wick la que, luego de enterarse de que la palabra favorita de su paciente es "ambivalencia", le dice que no es raro que esté ambivalente, que no sepa que hacer, ya que se encuentra frente a la decisión de su vida: volverse loca y quedarse para siempre en el hospital Claymoore o tomar el toro por las astas, mejorarse y volver al mundo. Luego, la doctora (interpretada por la querible y siempre impecable Vanessa Redgrave) recita una parte de una de las tragedias de Séneca. 



Hay un pero aquí. En la realidad que conozco, estos personajes (los sicólogos, enfermeras y siquiatras) están estresados, llenos de trabajo, insensibles a aquél dolor que viene de alguien, de una situación que no pueden controlar. Los pacientes mueren , ésa es la solución. O bien, no solucionan nada, pero el miedo a morir y cierto apego a la vida los mantiene enfermos, medio muertos, pero vivos. No ha y soluciones mágicas. Estoy casi seguro que no existe nadie como la doctora Wick, ni como Paul Weston (El psicoanalista de la serie In treatment) o como Sean Maguire (Robin Williams en En busca del destino); todos ellos confrontan a sus pacientes, les dan dedicación exclusiva y los curan no en base a farmacología o la teoría sicológica del tipo Papalia (tan aburrida, tan obtusa). No. Estos personajes recurren más a la empatía, la emotividad y una reserva cultural amplia e interesante.


El caso de Sophie en In Treatment, lo mejor de la primera temporada

En nuestro tema en particular, la fantasía parece más justa  y simple. Basta tocar fondo para volver a la superficie, basta ser como la protagonista de Nido de Víboras, la cual es recluida en la sala de rematados e incurables, para darse cuenta que no está tan loca. Y así, se sana.



Es una suerte que el cine sea tan variado y que no todo trate de historias tradicionales, con un protagonista conflictuado que, al verse atrapado, realiza el salto de fe que lo salvará para siempre...También hay historias más aterrizadas.
Janet Frame, escritora y poeta neozelandesa. Una mujer real cuya vida fue llevada a la pantalla por Jane Campion en Un Ángel en mi Mesa. Una película que me sacó varias lágrimas. La genuina historia de una mujer excéntrica a su pesar y que por tratar de encajar, de pertenecer al mundo de la mayoría, tiene una crisis nerviosa que termina con ella en el manicomio. Sucesivos electrochocks no logran mejorar su ánimo ni volverla productiva. Cree estar loca, porque no es feliz y tal vez nunca lo sea. Un día antes de que le practiquen una lobotomía, sus parientes le comunican que ha ganado un prestigioso concurso literario. Ahí ella y los demás se dan cuenta que no está loca, que sólo es distinta. 
Trailer de Un Ángel en mi Mesa

Existe toda una corriente filosófica y literaria que nos ha mostrado como la locura sigue siendo un misterio. Uno escucha hablar a los doctores y se da cuenta que no ha cambiado mucho el panorama respecto de otros tiempos. Los locos siguen siendo atontados, ya sea con pastillas, con electricidad o con cualquier cosa que los haga dejar de pensar. No olvidar que el electrochoque fue descubierto luego de ver como los cerdos, antes de ir al matadero, se ponían en extremo frenéticos. A alguien se le ocurrió aplicarles una descarga eléctrica en la cabeza, y los cerdos se calmaron milagrosamente.
Podría apostar que no hay médico que pudiera convencernos de donde viene una depresión severa. Las explicaciones de ellos son tan científicas, tan romas y carentes de imaginación. Es como tratar de averiguar el canto de un pajarito arrancándole la laringe.
No hay una película, creo, que arroje demasiada luz sobre el tema. No olvidemos que los guiones no son literatura. Pero sí hay libros. Existe La Campana de Cristal, de Sylvia Plath. Debe ser uno de los libros más demoledores que existen.  A través de la vida de Esther Greenwood, presenciamos el paulatino descenso a la muerte de una joven que, al parecer, tenía todo para ser feliz. Con una prosa espartana, sin recursos estéticos vanos, nos enteramos realmente de qué va esto de la depresión y de cualquier enfermedad que signifique el querer dejar de vivir. Es la decisión de hacerlo, una decisión racional, sin llorar, sin imaginarse el mundo sin uno. Es un libro que, estoy seguro, jamás veremos convertido en película. Un libro que nos informa de una realidad con un acierto que ya se lo quisiera un simposio completo de psiquiatras de la Universidad John Hopkins.
Hay tarados que piensan que la literatura es un pasatiempo como tejer o peor aún. Pero la literatura puede ser lo que su autor y sus lectores se propongan.
Insisto: la literatura es mucho más que algo bonito