Claqueta Quemada un blog de cine para comunicadores audiovisuales Claqueta Quemada: Cuando fui atropellado por el tren de los Lumière

lunes, 11 de marzo de 2013

Cuando fui atropellado por el tren de los Lumière

No recuerdo la edad que tenía (debo haber estado por ahí por 3º o 4º básico). Mi mamá nos había llevado a mí y a mi hermano al cine. Tal vez era el cine Ducal, de Concepción. Adentro, a oscuras, el cinematógrafo proyectaba el musical Annie. Trataba de una huérfana pequeñita y colorina que vivía en un orfanato regentado por una mujer huesuda, huraña y alcohólica (Carol Burnett). Como se trataba de un musical, tenía partes donde los actores cantaban. Yo sabía que lo que estaba viendo era solo un rayo de luz sobre un enorme telón: Nadie estaba bailando ni cantando. La gente no es así en el mundo real. No sabía de orfanatos, pero sí de bandas de niños que robaban, asaltaban y vivían juntos. Algo pasó de pronto y Annie y las demás huérfanas, que estaban fregando pisos, comienzan a cantar, a bailar y a realizar increíbles acrobacias, como colgarse de una lámpara con los pies, soltarse, darse una vuelta en el aire y caer de pie, con una sonrisa. Era un plano general lleno de niñas acróbatas capaces de caminar por las paredes y que, por un instante, lograban una comunión y un lazo que las convertía en familia. Yo miraba a la pantalla y a mi alrededor. El techo seguía igual, la pantalla era la ventana a otro mundo y el rayo del cinematógrafo seguía cambiando el color y largo de sus rayos. La racionalidad se esfumó. Yo me decía "¡no lo puedo creer,no lo puedo creer!". Estaba viendo una mentira que era más real que la vida misma.
Las películas de mi niñez fueron casi todas así. Luego de unos segundos, era como estar allí, cada vez más cerca de la pantalla  y el telón blanco comenzaba a combarse y a envolverte. Las tramas más básicas y los efectos especiales más groseros se convertían en algo como una excursión sorpresa. Los peces de plástico de "Piranha" eran un cardumen gigantesco e insaciable de carne humana. Louis Lane se metía en problemas cada vez más terribles y Superman siempre llegaba a tiempo para rescatarla de una muerte segura. Ver a Louise encaramada apenas bajo un ascensor de la Torre Eiffel que se encuentra cerca de la punta, con sus zapatos de taco alto, me hizo casi ahogarme de angustia. Para peor, el mecanismo del ascensor falla y éste comienza una caída libre junto con la atolondrada reportera. Pero Superman llega. Ahí comencé a creer que los cosas terribles no podían ocurrir, no era cierto lo de los conflictos en medio oriente. La vida podía ser muy angustiante, pero siempre había una o varias personas que le devolvían su sensatez.
Muchas de mis primeras películas las vi en el Cine Teatro Tomé. Era un cine de barrio muy venido a menos (que tuvo épocas gloriosas, me imagino. Comenzó a funcionar en 1936 y llevó a los tomecinos colosos cinematográficos como Lo que el Viento se Llevó), con unos precios súper accesibles y sin ninguna clase de censura; como había poco público, la señora de la taquilla no se hacía problemas. En los años 80 comenzaron a morir este tipo de cines, debido a la llegada del VHS. En Estados Unidos, a estos cines se les llama Grindhouse.
En un reestreno vi nada menos que Halloween, de John Carpenter. Imagínense a Laurie Strode en pantalla grande, siendo mirada por una platea llena de adolescentes. Increíble. La pobrecita no podía escapar de aquel terrible psicópata (Michael Myers), que ya había matado a casi todos los personajes.  Y ese piano que hacía imposible salir del cine, ir al baño o al hall a comprar maní.


O La Hora del Vampiro, una miniserie de televisión que fue condensada para su exhibición en el cine. La platea, el balcón y la galería llena de niños y jóvenes gritando y también riendo de los puros nervios. Barlow apareciendo súbitamente desde la oscuridad. Un espectador gritando "¡¡¡¡mira pa' atrás poh hueoooón!!!", justo en la escena donde Ben Myers y Mark Petrie (a minutos de que se esconda el sol) están en el sótano donde está el ataúd de Barlow, para abrirlo y clavarle una estaca, mientras desde una puerta abierta pueden verse a varios vampiros despertando. Ese Barlow debe ser el vampiro más horrible y sádico de la historia del cine. No tenía problemas en raptar y matar niños, ni en convertir en chupasangres a todos los habitantes de un pueblo.



El Ente, de Sidney J. Furie. Divertida, rarísima. No sabía lo que significaba la palabra "ente" (era muy niño para procesar el pensamiento abstracto). Lo único que recuerdo un poco es a la pobre Bárbara Hershey que era zamarreada y golpeada cada 10 minutos por un ser invisible.
Claramente, fui expuesto a un cine muy poco recomendable para niños (a veces, se colaban películas picarescas italianas absolutamente rancias, con protagonistas tan ridículas como Gloria Guida, que lo más erótico que hacía era sacarse los sostenes), pero sé que yo y los demás niños de aquella época agradeceremos por siempre haber vivido aquello. Todo era mentira, pero podía ser verdad.
La próxima entrada estará dedicada al VHS y las películas en ese formato que fueron acrecentando mi lista de películas inolvidables.

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