Las películas de mi niñez fueron casi todas así. Luego de unos segundos, era como estar allí, cada vez más cerca de la pantalla y el telón blanco comenzaba a combarse y a envolverte. Las tramas más básicas y los efectos especiales más groseros se convertían en algo como una excursión sorpresa. Los peces de plástico de "Piranha" eran un cardumen gigantesco e insaciable de carne humana. Louis Lane se metía en problemas cada vez más terribles y Superman siempre llegaba a tiempo para rescatarla de una muerte segura. Ver a Louise encaramada apenas bajo un ascensor de la Torre Eiffel que se encuentra cerca de la punta, con sus zapatos de taco alto, me hizo casi ahogarme de angustia. Para peor, el mecanismo del ascensor falla y éste comienza una caída libre junto con la atolondrada reportera. Pero Superman llega. Ahí comencé a creer que los cosas terribles no podían ocurrir, no era cierto lo de los conflictos en medio oriente. La vida podía ser muy angustiante, pero siempre había una o varias personas que le devolvían su sensatez.
En un reestreno vi nada menos que Halloween, de John Carpenter. Imagínense a Laurie Strode en pantalla grande, siendo mirada por una platea llena de adolescentes. Increíble. La pobrecita no podía escapar de aquel terrible psicópata (Michael Myers), que ya había matado a casi todos los personajes. Y ese piano que hacía imposible salir del cine, ir al baño o al hall a comprar maní.
O La Hora del Vampiro, una miniserie de televisión que fue condensada para su exhibición en el cine. La platea, el balcón y la galería llena de niños y jóvenes gritando y también riendo de los puros nervios. Barlow apareciendo súbitamente desde la oscuridad. Un espectador gritando "¡¡¡¡mira pa' atrás poh hueoooón!!!", justo en la escena donde Ben Myers y Mark Petrie (a minutos de que se esconda el sol) están en el sótano donde está el ataúd de Barlow, para abrirlo y clavarle una estaca, mientras desde una puerta abierta pueden verse a varios vampiros despertando. Ese Barlow debe ser el vampiro más horrible y sádico de la historia del cine. No tenía problemas en raptar y matar niños, ni en convertir en chupasangres a todos los habitantes de un pueblo.
El Ente, de Sidney J. Furie. Divertida, rarísima. No sabía lo que significaba la palabra "ente" (era muy niño para procesar el pensamiento abstracto). Lo único que recuerdo un poco es a la pobre Bárbara Hershey que era zamarreada y golpeada cada 10 minutos por un ser invisible.
Claramente, fui expuesto a un cine muy poco recomendable para niños (a veces, se colaban películas picarescas italianas absolutamente rancias, con protagonistas tan ridículas como Gloria Guida, que lo más erótico que hacía era sacarse los sostenes), pero sé que yo y los demás niños de aquella época agradeceremos por siempre haber vivido aquello. Todo era mentira, pero podía ser verdad.
La próxima entrada estará dedicada al VHS y las películas en ese formato que fueron acrecentando mi lista de películas inolvidables.