Claqueta Quemada un blog de cine para comunicadores audiovisuales Claqueta Quemada

domingo, 10 de agosto de 2014

martes, 8 de julio de 2014

Los hermosos huesos (1':29'')



La fantasía es un estar entre, un escape, morir un momento. Es bioquímica y a ella nos lleva el trauma,  hacia el limbo donde no habrá dolor.
Perritos de raza,  sus pelajes con olor a shampú de lavanda surgen de un vórtex en medio del bosque, un vórtex que comunica con Versalles. Se desplazan veloces y unas niñas felices y maravilladas toman sus correas y corren por el prado de un  mundo verde e imaginario.
Un lector espía desde las nubes y vuelve a repetir una y otra vez una escena que ocurre allá abajo, donde sí existe el tiempo, en el libro.
Qué maravilla terrible es quedarse en el libro, en la fantasía que nunca ocurrirá. Porque, tarde o temprano, el relato fantástico, la fantasía, deja de caber en la cabeza y la hace doler. Tenemos que despertar, aún estamos vivos.
Un escritor atormentado dijo que los sueños eran pequeños trozos de muerte, una muerte creativa en sí misma, donde las cosas sólo ocurren y los hombres se montan en ellas, como los botes sobre los olas del mar. El mar de noche y con tormenta.
Y cada noche es una sorpresa , un ir a pescar algún sueño donde sí podamos sentir de verdad, un sueño que nos devuelva la vida, que nos haga sentir especiales.
Existen colecciones de sueños más valiosos que las propias vivencias; mis anécdotas las he relatado a otros hasta hacerlas brillar y después de contarlas siempre quedan  estampadas en ellas flores de plástico.
Los sueños mantienen su color, su verdad, su sensación, no se desgastan ni se vuelven triviales. Nunca ocurrieron. Ninguna experiencia estará a su altura.

sábado, 14 de junio de 2014

la salud mental en el cine

En las películas, el tema de las enfermedades psiquiátricas (tan variadas y arbitarias) como la locura, la depresión, la esquizofrenia, son tratados de un modo, diríamos glamoroso. Las personas llegan a la consulta de un psicólogo o psiquiatra. No saben lo que padecen, sólo están conscientes de que algo no anda bien. Tienen comportamientos extraños, no pueden dormir. Sufren de un modo conmovedor.
En el cine, los encargados de la salud mental, sean psiquiatras, psicólogos y enfermeras son personas capaces de sanar, de llegar al alma, dar confort, consuelo. Un buen siquiatra es capaz de tomar un problema, interpretar el discurso libre de su paciente y luego de algunas sesiones, señalar cuál es la salida, la solución; le dice al paciente que debe elegir, jugarse la vida. El paciente siempre elige salvarse, no sin sufrir un cambio radical. Alguien como Susana Kaysen, el personaje principal de Inocencia Interrumpida, es confrontada por la doctora Wick la que, luego de enterarse de que la palabra favorita de su paciente es "ambivalencia", le dice que no es raro que esté ambivalente, que no sepa que hacer, ya que se encuentra frente a la decisión de su vida: volverse loca y quedarse para siempre en el hospital Claymoore o tomar el toro por las astas, mejorarse y volver al mundo. Luego, la doctora (interpretada por la querible y siempre impecable Vanessa Redgrave) recita una parte de una de las tragedias de Séneca. 



Hay un pero aquí. En la realidad que conozco, estos personajes (los sicólogos, enfermeras y siquiatras) están estresados, llenos de trabajo, insensibles a aquél dolor que viene de alguien, de una situación que no pueden controlar. Los pacientes mueren , ésa es la solución. O bien, no solucionan nada, pero el miedo a morir y cierto apego a la vida los mantiene enfermos, medio muertos, pero vivos. No ha y soluciones mágicas. Estoy casi seguro que no existe nadie como la doctora Wick, ni como Paul Weston (El psicoanalista de la serie In treatment) o como Sean Maguire (Robin Williams en En busca del destino); todos ellos confrontan a sus pacientes, les dan dedicación exclusiva y los curan no en base a farmacología o la teoría sicológica del tipo Papalia (tan aburrida, tan obtusa). No. Estos personajes recurren más a la empatía, la emotividad y una reserva cultural amplia e interesante.


El caso de Sophie en In Treatment, lo mejor de la primera temporada

En nuestro tema en particular, la fantasía parece más justa  y simple. Basta tocar fondo para volver a la superficie, basta ser como la protagonista de Nido de Víboras, la cual es recluida en la sala de rematados e incurables, para darse cuenta que no está tan loca. Y así, se sana.



Es una suerte que el cine sea tan variado y que no todo trate de historias tradicionales, con un protagonista conflictuado que, al verse atrapado, realiza el salto de fe que lo salvará para siempre...También hay historias más aterrizadas.
Janet Frame, escritora y poeta neozelandesa. Una mujer real cuya vida fue llevada a la pantalla por Jane Campion en Un Ángel en mi Mesa. Una película que me sacó varias lágrimas. La genuina historia de una mujer excéntrica a su pesar y que por tratar de encajar, de pertenecer al mundo de la mayoría, tiene una crisis nerviosa que termina con ella en el manicomio. Sucesivos electrochocks no logran mejorar su ánimo ni volverla productiva. Cree estar loca, porque no es feliz y tal vez nunca lo sea. Un día antes de que le practiquen una lobotomía, sus parientes le comunican que ha ganado un prestigioso concurso literario. Ahí ella y los demás se dan cuenta que no está loca, que sólo es distinta. 
Trailer de Un Ángel en mi Mesa

Existe toda una corriente filosófica y literaria que nos ha mostrado como la locura sigue siendo un misterio. Uno escucha hablar a los doctores y se da cuenta que no ha cambiado mucho el panorama respecto de otros tiempos. Los locos siguen siendo atontados, ya sea con pastillas, con electricidad o con cualquier cosa que los haga dejar de pensar. No olvidar que el electrochoque fue descubierto luego de ver como los cerdos, antes de ir al matadero, se ponían en extremo frenéticos. A alguien se le ocurrió aplicarles una descarga eléctrica en la cabeza, y los cerdos se calmaron milagrosamente.
Podría apostar que no hay médico que pudiera convencernos de donde viene una depresión severa. Las explicaciones de ellos son tan científicas, tan romas y carentes de imaginación. Es como tratar de averiguar el canto de un pajarito arrancándole la laringe.
No hay una película, creo, que arroje demasiada luz sobre el tema. No olvidemos que los guiones no son literatura. Pero sí hay libros. Existe La Campana de Cristal, de Sylvia Plath. Debe ser uno de los libros más demoledores que existen.  A través de la vida de Esther Greenwood, presenciamos el paulatino descenso a la muerte de una joven que, al parecer, tenía todo para ser feliz. Con una prosa espartana, sin recursos estéticos vanos, nos enteramos realmente de qué va esto de la depresión y de cualquier enfermedad que signifique el querer dejar de vivir. Es la decisión de hacerlo, una decisión racional, sin llorar, sin imaginarse el mundo sin uno. Es un libro que, estoy seguro, jamás veremos convertido en película. Un libro que nos informa de una realidad con un acierto que ya se lo quisiera un simposio completo de psiquiatras de la Universidad John Hopkins.
Hay tarados que piensan que la literatura es un pasatiempo como tejer o peor aún. Pero la literatura puede ser lo que su autor y sus lectores se propongan.
Insisto: la literatura es mucho más que algo bonito

lunes, 11 de marzo de 2013

Cuando fui atropellado por el tren de los Lumière

No recuerdo la edad que tenía (debo haber estado por ahí por 3º o 4º básico). Mi mamá nos había llevado a mí y a mi hermano al cine. Tal vez era el cine Ducal, de Concepción. Adentro, a oscuras, el cinematógrafo proyectaba el musical Annie. Trataba de una huérfana pequeñita y colorina que vivía en un orfanato regentado por una mujer huesuda, huraña y alcohólica (Carol Burnett). Como se trataba de un musical, tenía partes donde los actores cantaban. Yo sabía que lo que estaba viendo era solo un rayo de luz sobre un enorme telón: Nadie estaba bailando ni cantando. La gente no es así en el mundo real. No sabía de orfanatos, pero sí de bandas de niños que robaban, asaltaban y vivían juntos. Algo pasó de pronto y Annie y las demás huérfanas, que estaban fregando pisos, comienzan a cantar, a bailar y a realizar increíbles acrobacias, como colgarse de una lámpara con los pies, soltarse, darse una vuelta en el aire y caer de pie, con una sonrisa. Era un plano general lleno de niñas acróbatas capaces de caminar por las paredes y que, por un instante, lograban una comunión y un lazo que las convertía en familia. Yo miraba a la pantalla y a mi alrededor. El techo seguía igual, la pantalla era la ventana a otro mundo y el rayo del cinematógrafo seguía cambiando el color y largo de sus rayos. La racionalidad se esfumó. Yo me decía "¡no lo puedo creer,no lo puedo creer!". Estaba viendo una mentira que era más real que la vida misma.
Las películas de mi niñez fueron casi todas así. Luego de unos segundos, era como estar allí, cada vez más cerca de la pantalla  y el telón blanco comenzaba a combarse y a envolverte. Las tramas más básicas y los efectos especiales más groseros se convertían en algo como una excursión sorpresa. Los peces de plástico de "Piranha" eran un cardumen gigantesco e insaciable de carne humana. Louis Lane se metía en problemas cada vez más terribles y Superman siempre llegaba a tiempo para rescatarla de una muerte segura. Ver a Louise encaramada apenas bajo un ascensor de la Torre Eiffel que se encuentra cerca de la punta, con sus zapatos de taco alto, me hizo casi ahogarme de angustia. Para peor, el mecanismo del ascensor falla y éste comienza una caída libre junto con la atolondrada reportera. Pero Superman llega. Ahí comencé a creer que los cosas terribles no podían ocurrir, no era cierto lo de los conflictos en medio oriente. La vida podía ser muy angustiante, pero siempre había una o varias personas que le devolvían su sensatez.
Muchas de mis primeras películas las vi en el Cine Teatro Tomé. Era un cine de barrio muy venido a menos (que tuvo épocas gloriosas, me imagino. Comenzó a funcionar en 1936 y llevó a los tomecinos colosos cinematográficos como Lo que el Viento se Llevó), con unos precios súper accesibles y sin ninguna clase de censura; como había poco público, la señora de la taquilla no se hacía problemas. En los años 80 comenzaron a morir este tipo de cines, debido a la llegada del VHS. En Estados Unidos, a estos cines se les llama Grindhouse.
En un reestreno vi nada menos que Halloween, de John Carpenter. Imagínense a Laurie Strode en pantalla grande, siendo mirada por una platea llena de adolescentes. Increíble. La pobrecita no podía escapar de aquel terrible psicópata (Michael Myers), que ya había matado a casi todos los personajes.  Y ese piano que hacía imposible salir del cine, ir al baño o al hall a comprar maní.


O La Hora del Vampiro, una miniserie de televisión que fue condensada para su exhibición en el cine. La platea, el balcón y la galería llena de niños y jóvenes gritando y también riendo de los puros nervios. Barlow apareciendo súbitamente desde la oscuridad. Un espectador gritando "¡¡¡¡mira pa' atrás poh hueoooón!!!", justo en la escena donde Ben Myers y Mark Petrie (a minutos de que se esconda el sol) están en el sótano donde está el ataúd de Barlow, para abrirlo y clavarle una estaca, mientras desde una puerta abierta pueden verse a varios vampiros despertando. Ese Barlow debe ser el vampiro más horrible y sádico de la historia del cine. No tenía problemas en raptar y matar niños, ni en convertir en chupasangres a todos los habitantes de un pueblo.



El Ente, de Sidney J. Furie. Divertida, rarísima. No sabía lo que significaba la palabra "ente" (era muy niño para procesar el pensamiento abstracto). Lo único que recuerdo un poco es a la pobre Bárbara Hershey que era zamarreada y golpeada cada 10 minutos por un ser invisible.
Claramente, fui expuesto a un cine muy poco recomendable para niños (a veces, se colaban películas picarescas italianas absolutamente rancias, con protagonistas tan ridículas como Gloria Guida, que lo más erótico que hacía era sacarse los sostenes), pero sé que yo y los demás niños de aquella época agradeceremos por siempre haber vivido aquello. Todo era mentira, pero podía ser verdad.
La próxima entrada estará dedicada al VHS y las películas en ese formato que fueron acrecentando mi lista de películas inolvidables.

martes, 12 de febrero de 2013

El cine shuper y los snobs

"Hay que llevar al cine este libro"
Lars von Trier hizo alguna vez una película llamada "Bailarina en la Oscuridad". Estamos en la época del manifiesto Dogma (que obliga a hacer un cine austero, ultravanguardista y feroz) , manifiesto que es mandado al diablo con esta película. Muchos salieron maravillados de poder ver a Bjork cantar, bailar y actuar. Muchos lloraron luego de la ejecución de Selma. La opinión unánime era "una muy buena película", "grandiosa" o "una actualización del género musical".


Si te sentiste mal por no compartir esas opiniones, si no corriste a comprar "SelmaSongs", si te pasó cómo a mí, que odié la película de tal forma que lo único bueno de la película o lo único que esperaba con ansias era que ahorcaran a la estúpida de Selma, que acabaran las dichosas y ridículas canciones, bueno...no calificas para snob, porque no aprecias lo "shuper".
Snob es un anglicismo que resulta de la contracción de la frase latina "sans nobile" o "sin nobleza". Ser snob significa posar de sofisticado, imitando los gustos y costumbres de la clase alta y de las personas prestigiosas asociadas a la cultura y al arte. Básicamente, según lo que escuché en el imprescindible podcast "El mundo sin Brando", los snobs son personas con grandes aspiraciones, pero sin el talento para llevarlas a cabo.
El florecimiento de la arrogancia en cuanto a gustos ocurre, sin duda, en el primer año de universidad de alguna carrera ligada a las humanidades. Hay que saber quién es Jodorowsky, David Lynch o Antonioni. Y deben gustarte sus películas si quieres ser considerado inteligente.


Blow up, de Antonioni, es obligatoria. Aunque no la entiendas, aunque la encuentres chistosa (¡horror!), aburrida como uno de esos pesados libros de Cortázar. Odiar a Antonioni es ¿bueno o malo? Al menos yo, seguí insistiendo con él. Algunas películas después me seguía pareciendo pedante y no me importaba "entenderlo". Al fin, di con "L'aventura". Ahí me di cuenta que, a veces, una película es todo lo que tienes que ver de un director. L'aventura es una película que no hay que entender. Creo que muchas piezas de arte nunca serán entendidas, nunca sabremos cual es su mensaje. Lo único que perdurará de ellas es su goce, su belleza que no podrá ser explicada por ningún teórico del cine, al menos no de manera definitiva.


La sandía calada puede que nos lleve hacia el mismo trópico por algo de fruta. 

Aprender a odiar y no sólo a alabar y a disfrutar. Lo siútico, lo higiénico, la sonrisa en las páginas sociales, todo eso es publicidad. No es arte. Yo no tengo la menor idea sobre qué es el arte. Y no quiero saberlo. Hay artistas que tratan de explicarlo reviviendo una experiencia estética y mística, como cuando leyeron ese libro y viajaron por el tiempo, vivieron con los personajes y la propia vida dejó de tener importancia.
Ver películas shuper, odiar a los shuper y sus gustos provoca la paradoja de convertirse en uno. Pontificar sobre algo necesita seriedad y la seriedad, la solemnidad, acaban con una percepción fresca y original. Hay algo de fascista en todo esto, en hacer listas, en clasificar, en señalar, en establecer el buen o mal gusto. Le escuché decir a la comediante Malena Pichot que "la seriedad no sirve para nada".
No hay nada de malo en que me guste el grupo "Mekano" y en saber la letra de varias de sus canciones (Dios mío)
Que cada uno haga con sus ojos lo que le venga en gana. Voy a seguir viendo una y otra vez las películas de Sandra Bullock o esa de los hermanos Wayans ("¿Y dónde están las rubias?). Nunca voy a terminar de ver "La ciénaga", de Lucrecia Martel y no pienso averiguar sobre el resto de su filmografía. Afirmaré que  he  tenido en mis manos sólo un número de la revista El Amante (en cuya portada aparecía Ewan McGreggor asomando su cabeza desde dentro de un sanitario...¿o wáter?), pero que si no tuve otra fue porque no sabía cómo conseguirla. Esa fue la única revista de la que me enamoré y que leí de punta a cabo, aunque me haya demorado como dos semanas. Un sólo número y fue como asistir a un curso universitario, como pegarse un atracón de películas, un viernes y un sábado, completos.
Entusiasma odiar y entusiasma amar al cine.
Tal vez ser snob tenga que ver con lo que cuesta obtener una educación de calidad, porque se va mucha plata en ello y hay que hacerle saber al resto que tu familia y tú son cultos, que tienen el dinero y la inteligencia. Si esto es cierto, no deber haber esnobs en los países socialistas, donde la cultura es ridículamente accesible. O sea, no es snob haber leído los clásicos gracias a la editorial Quimantú, por ejemplo. O asistir a un taller de cine hecho en alguna sede social. No es snob haberse educado cinematográficamente en un cine de barrio, como Tarantino. No, no hay snobs que pertenezcan al pueblo o a la esforzada clase media. Ser un snob sin plata para viajar a un festival de cine como Valdivia es un poquitito patético.
Tal vez posar  de snob (sin exagerar) sirva para acercase a la cultura que tanto necesitamos.




jueves, 31 de enero de 2013

oportunidades

Clarice Starling se encuentra  a oscuras en las habitaciones de una casa. Un hombre (Buffalo Bill) la mira con lentes de visión nocturna. Le apunta un arma de grueso calibre justo en la nuca. Echa atrás el gatillo, el que hace su sonido leve y característico. Clarice, gracias al riguroso entrenamiento que le ha dado el bureau, escucha el sonido, se da vuelta junto con su arma de fuego y dispara hacia la oscuridad. Los disparos rompen una ventana por la que entra la luz de la mañana. Clarice ha salvado por un pelo, mientras Buffalo Bill yace en el suelo, con los pulmones perforados y a pocos segundos de morir.


Hay momentos en la vida en donde nos jugamos todo, donde, como Dorothy (de "El Mago de Oz"), nos encontramos en una encrucijada y debemos decidir hacia donde ir. Son esos momentos "dolly zoom effect", esos donde la cámara nos enfoca solamente a nosotros, donde estamos inmersos en la angustia, porque sabemos que ese momento es el único que cuenta.





Alguien dijo que si no habías hecho nada memorable antes de los 22 años, pues nunca lo harías. Te conviertes en uno más del montón. Ya no serás Mark Zuckerberg, no recorrerás Estados Unidos. Si crees ser poeta y a las 22 no tienes unos dos libros escritos, si no tienes la estima de ningún escritor importante, simplemente abandona. Cuando tengas 35 entenderás todo, pero tu vida será distinta, el momento "dolly zoom effect" será como el suceso en un sueño que olvidarás poco a poco
En la ficción del cine y la literatura, podemos volver una y otra vez a ese evento, podemos desarrollarlo y vivir la vida que devendría luego de una decisión corajuda que tan pocos tiene la capacidad de hacer.
En Peggy Sue Got Married, Kathleen Turner retrocede en el tiempo ( a los días de la escuela secundaria) y tiene varias semanas para enmendar los acontecimientos que le provocarán un muy triste presente, a los 40 años. No lo logra. Ni siquiera en la ficción se puede. Tal vez sí puedas pegarle un puñetazo a aquel tipo o tipa que tanto se lo merecía, tal vez buscarás conocer a aquellos que simplemente pasaron por tu vida despertando curiosidad, pero que nunca te atreviste a decirles cualquier cosa.


En este preciso instante, tal vez tengas un insight, un instante de serendipia que hará que entiendas. Anótalo con las palabras exactas. 
En Planet Terror, dos mujeres a punto de ser asesinadas: La estriptisera Cherry Darling le habla a la doctora Dakota Block sobre el "talento inútil nº 66" (estirar el cuerpo hasta que, de espaldas al suelo, logras levantarte con manos y pies, como una araña). Block le dice:

Hay un momento en la vida donde encuentras un uso para cada talento inútil que tengas...ya sabes, como unir puntos
Cherry: No soy tan optimista. Me siento como si fuera cayendo por una espiral, sin poder salir de ella.
Dakota: Cuando te encuentres atrapada en esa espiral...sólo estírate.







jueves, 24 de enero de 2013

El bebé de Rosemary o por qué no hay que tentar a la suerte

La película mencionada en el título y dirigida por Roman Polanski es una de esas cintas con una filmación tan perturbadora como la historia contada. Aunque la historia es, para los estándares actuales, bastante delicada y agradable de ver.
Esta película pasó a la historia por ser un  muy buen ejercicio de suspenso y terror sicológico y también por el aura intoxicante que la rodea.

Se han dicho tantas cosas sobre esta película, tan variadas, misteriosas y extravagantes  que no sabría pro cual empezar. Tal vez para seguir un orden, habría que comenzar por el lugar de filmación: el edificio Dakota, uno de los sets naturales más célebres, junto con el hotel Chelsea. Entre todos sus inquilinos famosos (que son varios) uno que destaca es  Aleister Crowley, un muy connotado ocultista. Crowley no era el tipo de chamán simpático y bonachón (como Alejandro Jorodowsky, nuestro popular compatriota). La literatura y la prensa se han encargado de propalar pestíferos rumores sobre su persona: Que era  satanista, que hacía fiestas donde los ingredientes principales eran el láudano y el opio, además de relaciones orgíasticas en toda sus variedades posibles, incluido el incesto.
En la película se menciona a otro (aunque ficticio) habitante del edificio: Adrian Marcato, uno de los primeros ocupantes del inmueble, célebre por organizar misas negras con asesinatos de niños. Tal vez nunca sepamos que hay de cierto en si Crowley y Marcato consituían reflejos especulares conjurados por la película o si Polanski utilizó la leyenda de Crowley para crear el personaje...aunque el libro en el que se basa el guión lo escribió Ira Levin.
Lo cierto es que muchos afirman que el satanismo es sólo una burla de un grupo de ateos fanáticos de Nietsche, a los cuales, como todo ateo, les encanta escandalizar a sus detractores cristianos (cosa bastante fácil). Pero concebir así a los satanistas le quita todo su diabólico encanto...no es el macho cabrío dentro del pentáculo sólo la representación del dios Baco? ¿No fueron las primeras brujas las dionisiacas? ¿No se enseñaron con ellas los inquisidores sólo porque celebraban un verano eterno en una época terrible y oscura?
Otro personaje asociado a la película y que está instalado en la tradición del horror estadounidense es Anton Zsandor LaVey, fundador de La Iglesia de Satanás y autor de La Biblia Satánica (además de fan de Crowley). ¿Fue LaVey asesor de la película en la escena donde Rosemary Woodhouse concibe al Anticristo? ¿Hizo un breve cameo como (nada menos) Satanás? El documental Charles Manson Superstar asegura que sí, pero Wikipedia dice que no ¿Que no mucha gente considera a Wikipedia un montón de textos apócrifos y engañosos?

El ardiente 1969 en Los Ángeles. La muerte oculta tras las palmeras.


LaVey odiaba a los hippies y, según el documental sobre Manson, aquel habría hecho un ritual mágico para maldecir el movimiento hippie. Al día siguiente de la invocación, un 8 de agosto de 1969, un grupo de jóvenes drogadictos pertenecientes a la secta La Familia, siguiendo las órdenes de Charles Manson, irrumpieron en una casa ubicada en Los Ángeles y asesinaron salvajemente a, entre otros...Sharon Tate (la esposa del Roman Polanski, el director de El Bebé de Rosemary). Los medios siempre han considerado a  los asesinatos de la familia Manson como los clavos sobre el ataúd de la revolución de las flores. Vaya hechizo el de LaVey.
¿Por qué tantas coincidencias? ¿Todo esto sólo son correlaciones espurias puestas en orden por reporteros mediocres y sensacionalistas? Los norteamericanos aman las conspiraciones y el edificio Dakota, para ellos, no puede ser otra cosa que una especie de portal al infierno. Allí fue asesinado John Lennon, el principal amigo de los hippies, esos ingenuos carne de sectas.
No podía faltar en esta telaraña siniestra un libro aún más peligroso que la biblia de satanás o el manual del anarquista: El Guardían Entre El Centeno, la novela escrita por David Jerome Salinger; es un libro en apariencia inocente, pero en manos equivocadas (John Hinkley Jr, Ted Kascinsky, Mark David Chapman, entre otros) se convierte en el libro del Apocalipsis. Ya lo supo John Lennon, cuyo asesino leyó este libro hasta convertirlo en otro Helter Skelter (canción de Los Beatles que "inspiró" a Manson).
Ficción y realidad. Alguna de ellas comienza antes que la otra, se llaman mutuamente, convierten una película en crónica roja.
Rosemary Woodhouse...¿realmente los satanistas la utilizaron para ser la madre del Anticristo? ¿no habrá imaginado todo aquello, no habrá sido sólo un intensísimo delirio? En la primera temporada de la serie American Horror History, una medium le explica a una de las protagonistas que al recién electo Papa, inmediatamente después de ser elegido, se le revela el mayor secreto de la cristiandad: La identidad del anticristo, demonio devenido en hombre, engendrado por el auténtico príncipe de las tinieblas, el que usa a una humana para concebirlo.
Nadie duerme tranquilo en Los Ángeles y menos en la calle Cielo Drive, en el sector de Benedict Canyon. No sea que otro chalado, sobreviviente apenas en la perturbada sociedad estadounidense  lea un libro, escuche una canción y descubra cosas que nadie debe descubrir. Tal vez el  demonio esté esperando en alguna canción, libro, esperando el verano, esperando que alguien lo despierte.